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Caso de Paloma Noyola Bueno
Paloma Noyola Bueno, una niña de 12 años, era un vértice de luz. Hace más de 25 años, su familia se cambió del centro de México a la frontera, en búsqueda de una vida mejor, pero acabaron viviendo al lado del basurero. Su papá se pasaba todo el día escarbando por chatarra, buscando pedazos de aluminio, vidrio, y plástico entre el desecho. Recientemente, le empezó a sangrar la nariz con frecuencia, pero no quería que Paloma se angustiara. Era su angelito—la más chica de ocho hijos.
Después de la escuela, Paloma solía regresar a casa y sentarse con su papá en la sala; él era un hombre delgado y acabado por el sol quien siempre llevaba puesto un sombrero vaquero. Vestida en su uniforme bien planchado – una playera gris con falda azul y blanco — Paloma le contaba lo que había aprendido en la escuela para animarlo; ella tenía pelo negro y largo, una frente alta, y una forma de hablar pausada y analítica. La escuela jamás había sido un reto para ella. Se sentaba en filas con los otros alumnos mientras los maestros les decían lo que tenían que aprender. Al entrar al quinto año, pensó que iba a ser más de lo mismo — sermones, memorizaciones, y tareas sin consecuencia.
Juárez Correa también había crecido al lado de un basurero en Matamoros, y se convirtió en maestro para así ayudar a los niños a aprender lo suficiente para que pudieran hacer algo con sus vidas. En 2011—el año que Paloma entró a su clase—Juárez Correa decidió empezar a experimentar. En su casa en Matamoros, Juárez Correa se encontró completamente absorbido por estas ideas. Mientras más aprendía, se sentía más entusiasmado. En agosto del 2011—al comienzo del año escolar—entró a su salón y formó grupos pequeños con los escritorios maltratados de madera. Cuando Paloma y los otros estudiantes entraron al salón, como que se confundieron. Juárez Correa los invitó a sentarse y luego él también se sentó con ellos.
Les empezó a contar que había niños en otras partes del mundo que podían memorizar pi a cientos de puntos decimales. Podían escribir sinfonías y construir robots y aviones. Casi nadie se imaginaría que los alumnos de la escuela José Urbina López pudieran hacer ese tipo de cosas. Los niños al otro lado de la frontera en Brownsville, Texas, tenían computadoras, acceso a internet rápido, y clases particulares, mientras tanto en Matamoros tenían electricidad intermitente, pocas computadoras, internet limitado, y a veces, no tenían ni que comer.
“Pero ustedes sí tienen algo que los hace semejantes a cualquier niño en el mundo,” les dijo Juárez Correa. “Potencial.”
Juárez Correa miró alrededor del salón. “De ahora en adelante,” les dijo, “vamos a usar ese potencial para que se conviertan en los mejores estudiantes del mundo.”
Paloma se quedó callada, esperando que el maestro le dijera lo que tenía que hacer. No se había dado cuenta que durante los próximos nueve meses, su experiencia escolar iba ser reescrita, con innovaciones educacionales de todo el mundo y que éstas iban a lanzarla a ella y a sus compañeros a la clasificación más alta en matemáticas y lenguaje en todo México.
“Entonces,” dijo Juárez Correa,”¿qué quieren aprender?”
REFERENCIAS:
Paloma Noyola Bueno
